De miedo - por José Escánez
07/01/14 10:24 Categoría: Opinión

Miedos, bloqueos, condicionamientos… los pensantes nos vamos cargando de ellos desde muy temprana edad. Estamos desnudos hasta que se nos empieza a meter miedo. Se nos dice lo que se debe y lo que no se debe hacer, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es correcto y lo que es incorrecto, lo que es blanco y lo que es negro. Y lo creemos a pies juntillas.
Todos tenemos básicamente los mismos miedos. Se llega a ellos por distintos caminos, de distintas formas y a través de experiencias vitales diferentes, pero los miedos, de un modo u otro, nos unen y nos definen. Hacen que nos asalten las vergüenzas, las incapacidades, las indecisiones… El miedo al fracaso, el miedo al éxito, el miedo a hablar, a callar, el miedo a amar, a ser amado, el miedo a que te dejen, a dejar, a dar, a recibir, a pedir, el miedo a cuidar, a ser cuidado… El miedo a la felicidad, a la infelicidad, al rechazo, a la soledad, el miedo a la pareja, a los demás y a uno mismo. Centenares de miedos.
Y ante los miedos surgen las máscaras. Escondiéndonos tras una se nos hace más cómodo movernos entre los demás sin que se den cuenta que estamos con los dientes trincados y el culo apretado. Así es más fácil bloquearnos ante otros y apartarlos para no pasar miedo, por no reconocerlo, por no ceder ni rendirse ante él. Porque cuando queremos hacer frente al miedo, pararlo y dejar de tenerlo, lo único que conseguimos es tener miedo al miedo, y las consecuencias pueden ser peores. Con la edad y la experiencia, por simple acumulación, nos llegan y se perciben más miedos. Y así como la mente y su diálogo sordo incesante no decaen fácilmente, las boñigas, los miedos y los condicionamientos aprendidos tampoco.
Hay cosas como la vejez, la enfermedad y la muerte que dan tanto miedo que se evita hablar de ellas. Incluso muchos prefieren escapar de la razón y huir hacia delante a través del abuso de quitadolores emocionales o de la búsqueda de disonantes fantasías en pos de una felicidad irreal y aliviante. En definitiva, escapar de los miedos a través de la reafirmación en las creencias y condicionamientos aprendidos, afianzándose de forma adictiva en la queja, el drama y las pautas de conducta repetitivas y persistentes.
Rendirse, ceder ante los miedos podría ser una buena opción. Compartirlos también los convertiría en una carga menos pesada. Están; los tenemos… y qué. Forman parte de nuestra vida, y en la vida también se pierde. Y es bueno perder, porque significa que también es posible ganar. Y es bueno ceder, porque la verdadera fuerza reside en la capacidad de aceptar. Puede ser que la felicidad consista en no ser feliz y que no te importe.
José Escánez
Abogado