Tant'amare

Revista de terapias naturales, desarrollo personal, ecología...

Miedo al fracaso - por José Antonio Sande


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A priori parece que la percepción del fracaso es algo que todo el mundo tiene claro: fracasar no es agradable. Sin embargo, la cuestión no está tanto en si es agradable o no, sino en si es necesario o no. Efectivamente, este cambio de perspectiva plantea una nueva cuestión: ¿para qué es necesario el fracaso? La respuesta, en la Educación Emocional Infantil (E.E.I.), es obvia: para aprender. Ya he comentado el hecho de que el ensayo – error es una estrategia de la Vida cuya finalidad es la evolución. Tal y como está concebida la existencia en nuestro mundo, el ensayo – error es una de las vías de evolución para la vida, ¿cómo es posible, entonces, que haya personas que se nieguen la posibilidad del error a sí mismas o a sus hijos? Quizás por ignorancia o inconsciencia.

La definición usual de fracaso es “no dar una cosa el resultado perseguido con ella”. Ahora bien, una vez que esto ha sucedido y las cosas no han salido como se esperaba... ¿quien fracasa es un fracasado? Esta asociación entre “fracasar” y “ser un fracasado” puede ser muy peligrosa a la hora de utilizarla en la educación de los niños.

En un curso de Educación Emocional Infantil, pregunté al grupo de alumnas y alumnos cuántos vivían el fallo como un fracaso y cuántos lo vivían como una oportunidad de aprendizaje. Tras unos instantes de introspección en el mundo de cada uno, el resultado fue que tres personas vivían el concepto de fallo como un fracaso, otras tres ya lo estaban transformando hacia un concepto más sano y seis contemplaban el fallo como una oportunidad de aprendizaje. Lo más problemático de estar “enganchado” a un patrón emocional de este tipo no es vivirlo con normalidad, es no ser consciente de ello.

El miedo al fracaso en el niño es un sentimiento que tiene, como mínimo, una doble vertiente. Por un lado se dirige hacia el interior, haciendo que el niño rechace el fracaso para evitar sentir que se falla a sí mismo. Por otro lado, hay una vertiente externa, que es la de evitar sentir que falla a otras personas a las que considera, de una u otra manera, importantes: padres, abuelos, maestros, amigos, etc.

El miedo al fracaso se implanta como programa en la mente y en la emocionalidad del niño en un nivel inconsciente. Este programa responde a órdenes, mandatos y frases del estilo:
“equivocarse es de tontos”, “tienes que hacerlo perfecto”, “hay que hacerlo bien a la primera”, “si no lo consigues serás un fracasado”, “siempre te equivocas, no vales para nada” y muchas otras que el entorno del niño expresa, directa o indirectamente, y que pueden acabar afectándole. Otras veces no hacen falta las frases, padres o sistemas que dan ejemplo de lo que es la perfección y lo “correcto” trasladan el mismo mensaje.

Cuando el niño falla en algo, se equivoca, comete un error, no da con la respuesta o el resultado esperado, la actitud del entorno frente a ello puede influir de manera importante en cómo el niño conceptualice y emocionalice su relación con el fracaso. Si el entorno acepta el fallo como natural y como medio a través del cuál se aprende, entonces el niño tendrá más posibilidades de aceptar el fallo en su proceso de aprendizaje, desarrollando un elevado umbral de tolerancia al fracaso, a la frustración y a la decepción. Si, por el contrario, el entorno no acepta el fallo como natural, le pone “peros”, reproches, chantajes, castigos, etc., entonces el niño, probablemente, tampoco aceptará el fallo en su proceso de aprendizaje, desarrollando un bajo umbral de tolerancia al fracaso, a la frustración y a la decepción, así como otros aspectos emocionales reactivos.

El ejemplo de los padres y la filosofía del sistema educativo en el que el niño crece, a menudo, determinan su relación con el fracaso, tanto para bien como para mal. Siendo este una herramienta que puede servir para avanzar en la vida ¿por qué optar por convertirlo en un inconveniente, en un impedimento? Ya Séneca, filósofo nacido en Córdoba el año 4 a.C. pronunció la sentencia: “
Errare humanum est”, errar es de humanos”. Es algo ingénito a la esencia de la naturaleza humana, y querer cambiarlo por la perfección no es posible más allá de la vana ilusión de algunos.

Por ello, la pretensión de que un niño no falle, no solo no es natural, sino que es antinatural. Desde la E.E.I. la propuesta pasa, sencillamente, por enseñar al niño a que no considere el fallo como algo grave ni negativo y a sacar partido de sus tropiezos sin, por ello, considerarse un fracasado. Dicho de manera paradójica: “hay que enseñar al niño a fallar bien”.

Grandes personajes de la historia han dejado interesantes frases sobre el tema del fracaso. A modo de pincelada destaco estas cuatro que me parecen especialmente educativas.

“El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia.” (Henry Ford)



“Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender.” (Charles Dickens)



“Una experiencia nunca es un fracaso, pues siempre viene a demostrar algo.” (Thomas A. Edison)



“No puedo darte la formula del éxito, pero si la del fracaso: trata de complacer a todos.” (Anónimo)





José Antonio Sande
Terapeuta floral
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Sentimiento de culpabilidad (II) - por José Antonio Sande


Revista Tant'amare - Desarrollo personal y terapias naturales
Quiero comentar algunos de los muchos casos de culpabilidad que he tratado y trato en mi consulta. Espero que sirvan de ejemplo y sean suficientemente esclarecedores del gran daño que se hace al niño cuando se utilizan estas estrategias para educarle.

Dos hermanos que estoy tratando actualmente, la chica tiene veintiocho años, el chico veintidós. Desde pequeños, cuando hacen algo que a su madre no le gusta, ella se va a su habitación y se mete en la cama “actuando” como si se hubiese puesto enferma. Esto ha creado el sentimiento de culpabilidad en ellos, porque han aprendido que su conducta inadecuada causa enfermedad en su madre que, en realidad, les está haciendo chantaje emocional.

Mujer de treinta años, dependiente de su madre y muy sometida. Cuando ella hace algo en contra de las ideas de la madre, ésta se echa al suelo y se tira del pelo diciendo que su hija la quiere matar a disgustos. Chantaje emocional.

Tres hermanos cuyo padre es un médico con cierto prestigio. Tanto el padre como la madre les repiten constantemente lo que pueden y no pueden hacer con sus vidas porque eso influye en la imagen que el padre da ante los pacientes, y ellos siempre tienen que quedar bien. Chantaje emocional relacionado con el estatus.

Hombre de cuarenta años. Cuando llegan fiestas o fines de semana su madre se pone enferma, en cuanto va a buscarla para llevarla al hospital se le quitan los síntomas. Chantaje emocional relacionado con la enfermedad.

Hombre de cuarenta y cinco años. Los fines de semana que tiene partido de fútbol con sus amigos su mujer se pone enferma con dolor de cabeza y él se tiene que quedar para cuidar de los niños. Chantaje emocional relacionado con la dependencia emocional.

Chica de treinta y cinco años, no puede dejar a su pareja porque él, según le dice, sufrirá mucho y si le deja su vida quedará destrozada. Chantaje emocional relacionado con la dependencia emocional.

Estos son algunos ejemplos, solo esbozados, de cómo se manipula a las personas utilizando el sentimiento de culpabilidad.

Cuando un niño “aprende” que sus actos, palabras o actitudes causan sufrimiento a sus papás, se instala en su cerebro un programa mental que dice “mi papá y mi mamá son las personas que más amo en el mundo y no quiero provocarles ningún sufrimiento”. Este programa no es consciente, y aunque el niño no lo verbalice, puede hacerse real en su mente. En el plano emocional el programa que se configura es “cuando hago algo que no le gusta a mis papás ellos sufren y yo soy culpable de ese sufrimiento, tengo que intentar evitarlo”. Se configura así un programa en el que, cuando los padres manifiestan, fingen o dramatizan que su hijo les hace sufrir, el sentimiento de culpabilidad se activa y el niño se siente culpable. Si esta manera de relacionarse se mantiene a lo largo de los años el programa se normaliza, se automatiza, se graba en el inconsciente y queda permanentemente activo. Si a esto se le añaden frases como “si haces esto ya no te voy a querer más”, “como no dejes de comportarse así dejo de quererte”, “si tomas esa decisión olvídate de nosotros como padres”, o se mantienen esas actitudes sin necesidad de verbalizarlo, entonces, además de la culpabilidad, se añade el miedo a no ser querido. Todo esto se convierte en programas emocionales y mentales, que condicionan la capacidad de relacionarse del niño y del adulto de una manera tan profunda que no puede ser libre de vivir su vida a su manera, porque siempre habrá alguien a quien se le haga daño.

El sentimiento de culpabilidad, a menudo, es una forma de “amar” mal entendida, que se une al sentimiento de “deuda” y al de “sacrificio” y que convierte al “amor infantil” en una pesada carga. Esta “programación” del amor, supeditado a la “culpa”, la “deuda” y el “sacrificio”, desarrolla en el niño una emocionalidad desequilibrada, dependiente, insana, que le llevará a relaciones interpersonales inadecuadas de sometimiento, sacrificio, servilismo y compensación.

También se da el caso de adultos que, en consulta, dicen que nunca se han sentido culpables, sin embargo yo percibo la estructura emocional de la culpabilidad en ellos. ¿Cómo es posible? Ellos tienen razón, nunca se han sentido culpables porque han tenido mucho cuidado de no activar el programa. Explicaré cómo. El sentimiento de culpabilidad es un programa que, una vez instalado, siempre está alerta, como si fuese la “llama piloto” de un calentador de gas que siempre está encendida pero que solo se dispara para calentar el agua cuando se abre el grifo del agua caliente. Pues bien, lo que estas personas hacen es evitar abrir ese grifo, es decir, evitan las situaciones que activarían totalmente el programa y que harían que el sentimiento de culpabilidad se activase totalmente. ¿Cómo las evitan? Eligiendo someterse a las instrucciones del programa: no causar sufrimiento a los demás, no hacer aquello que pudiese ofender, no diciendo nunca “no” a las demandas de los demás, cediendo territorio emocional ante sus “seres queridos”, evitando entrar en conflicto y tragándoselo, no oponiéndose a los otros aunque no estén de acuerdo con las decisiones o hechos sucedidos y otras conductas que impiden que el programa se active. De este modo, han vivido toda su vida sometidos al programa sin que éste tenga que ponerse de manifiesto, porque solo con esa “llama piloto” ya es suficiente como para que la persona se mantenga dentro de los límites que le marca dicho programa.

Vuelvo a afirmar, esta es la estructura emocional que más personas de cualquier edad y condición tienen desequilibrada. Sin embargo, el trabajo para eliminar esta y otras limitaciones en el plano mental y emocional es posible a través de la Terapia Floral, técnica natural con la que entré en contacto en 1993 y que utilizo en mi labor profesional desde el año 2006.



José Antonio Sande
Terapeuta floral

Sentimiento de culpabilidad (I) - por José Antonio Sande


Revista Tant'amare - Desarrollo personal y terapias naturales
El sentimiento de culpabilidad es, según mi experiencia profesional, la estructura emocional más limitante en nuestro entorno social. En bastante más de un cincuenta por ciento de mis pacientes, alumnas y alumnos, este sentimiento mediatiza su vida con mayor o menor fuerza, pero está permanentemente presente. Ahora bien, este programa emocional no siempre se vive de manera consciente, en muchas ocasiones es totalmente inconsciente.

En los cursos suelo comentar que nadie llega a la consulta diciendo “vengo porque me siento culpable y quiero eliminar la culpa de mi vida”. La mayoría de las veces este sentimiento se oculta tras sensaciones, emociones y conceptos de lo más curiosos: “siento un come-come”, “me da cosita”, “tengo un algo...”, “me da penita”. Pero nadie reconoce, de primeras, el sentimiento de culpabilidad como tal. Esto ya es un primer obstáculo, porque se ha llegado a normalizar hasta tal punto, y se ha convertido en algo inconsciente hasta tal medida, que la persona no se da cuenta o bien piensa que todo el mundo se siente igual, que eso es lo natural. “¿Un poco todo el mundo se siente culpable, no?”, es una medio pregunta medio afirmación habitual, en la convicción de que este sentimiento lo tiene todo el mundo, de que es “lo normal”.

Sin duda y con firmeza mantengo que, según mi experiencia, en la sociedad española el sentimiento de culpabilidad supera a la emoción del miedo a la hora de limitar la libertad de las personas. Y es un programa que, la mayoría de las veces, se instala en la infancia y se mantiene el resto de la vida, siendo el causante de muchos desequilibrios físicos, emocionales y mentales.

Según María Moliner, en su Diccionario de uso del español, culpabilidad se define como “circunstancia de ser culpable”. Y culpable “se aplica al que ha cometido un delito o una falta. También a la persona o a la cosa que son causa, aunque involuntaria, de una cosa mala”.

“Delito”, “falta”, “cosa mala”... palabras con una carga simbólica que, utilizada de la manera “equivocada”, a sabiendas o no, pueden causar mucho sufrimiento. Hay países, como España, donde el programa emocional y mental de la culpabilidad ha sido utilizado por el poder y la religión para someter a las personas durante décadas. Ha sido, y sigue siendo, una herramienta poderosa que se utiliza a todos los niveles, tanto en las relaciones personales, como dentro del marco familiar, en la pareja, en el trabajo, en la religión y en la sociedad. Es un medio de manipulación tan extendido, sutil y efectivo que, a mí entender, es el programa emocional más importante a considerar dentro de la Educación Emocional Infantil.

El sentimiento de culpabilidad es un medio a través del cual se somete al niño a los deseos de los adultos, aunque sea disfrazado de amor. A nivel personal, familiar y social la culpabilidad ha sido utilizada como programa, implantado en los planos emocional y mental de los niños y niñas para que hagan cosas que no desean hacer y dejen de hacer las que sí desean hacer, todo ello por miedo a hacer sufrir, dañar, enfadar, molestar, ofender o dejar de recibir amor de sus padres u otras personas.

Esto se debe a que el sentimiento de culpabilidad ejerce presión desde el inconsciente, haciendo que el niño “se sienta mal”, “le de pena”, “le de cosa”, “sienta que traiciona”, “piense que decepciona”, “crea que va a hacer daño” o muchas otras creencias de las que se le convence a través de la experiencia cotidiana, o porque él mismo adopta esos patrones por propia iniciativa. Todos estos sentimientos son programas emocionales y mentales que el niño integra, cuyos códigos son pulsados consciente o inconscientemente por otras personas, condicionando y/o manipulando su conducta.

Este programa, en el ámbito educativo, familiar, escolar, relacional o social, se crea cuando las acciones, palabras o actitudes del niño provocan en el adulto una respuesta de sufrimiento, real o fingida, y esta respuesta se repite a menudo, creando en el niño un condicionamiento que relaciona “expresarse o actuar” con “hacer sufrir al otro”. Pongo algunos ejemplos que facilitarán la comprensión de este mecanismo. Hay que tener en cuenta que este libro trata de la E.E.I. en niños entre cero y siete años, aunque este programa es posible que se desarrolle a cualquier edad, incluso de adulto.

Un niño de cuatro años empieza a demandar cierto grado de autonomía, quiere ir al baño solo, comer sin ayuda, o realizar alguna actividad sin la ayuda de sus padres. Sin embargo, el padre o madre no quiere dar esa libertad, sea por miedo, por comodidad, por no perder su roll, etc. Si cuando el niño hace algo solo, sea que lo haga bien o no, el padre o madre hace un drama de ello, se echa las manos a la cabeza con expresiones tipo “vaya susto que me has dado, pensé que te había pasado algo”, “me va a costar una enfermedad”, “con tu actitud me haces sufrir”, está creando en la mente del niño una asociación entre hacer las cosas sin sus padres y que ellos sufran.

Ya un poco más crecido el niño, si hace algo que el padre o madre no quieren, éstos recurren al chantaje emocional con frases como “si sigues haciendo eso me vas a hacer sufrir y dejaré de quererte”, “nos haces tanto daño con esa conducta que nos vas a enfermar”. Este tipo de mensajes ponen en el niño la responsabilidad de que sus padres sufran o se enfermen, lo que se convierte en una carga emocional para él, porque siente miedo de que eso suceda. En realidad, el responsable de ese dolor o esa enfermedad es el propio padre o madre, sea porque lo finge o porque su manera de reaccionar es esa y no otra más sana y de búsqueda de soluciones. En vez de hablar con el niño o, incluso, hacerle que asuma su responsabilidad, recurren al chantaje emocional, por lo que lo que están haciendo es programándole para que se sienta mal, es decir, culpable.

La creencia de que si algo le hace sufrir a los padres y éstos muestran ese sufrimiento, fingido o no, va a servir para que el niño se porte como ellos quieren, es una falsa creencia porque, si bien puede conseguir su objetivo, no lo hacen a través del desarrollo de la consciencia y la responsabilidad en el niño, sino a través del desarrollo de la culpabilidad, condenando al niño a la esclavitud bajo ese sentimiento.

En esta estructura emocional aludo a que la reacción de los padres u otras personas puede ser fingida o no. Esto puede parecer ilógico o surrealista, pero es real y cotidiano. Hay personas, niños o adultos, padres o madres, parejas o amigos, conocidos o desconocidos que, consciente o inconscientemente, fingen que se les ocasiona un sufrimiento para conseguir algo de los demás. Todo aquel que hace chantaje emocional está fingiendo ese sufrimiento. Aunque él o ella crean que es cierto, lo que sucede es que, en algún momento de su vida, aprendieron que si algo les hacía sufrir podía influir sobre algunas personas de su entorno y esa conducta la han automatizado y pasado al inconsciente, por lo que se creen lo que está viviendo. También hay personas que saben muy bien cómo manipular a aquellos que viven en la culpabilidad, y son verdaderas actrices y actores a la hora de manipular los sentimientos de los demás y de hacerse las víctimas.


José Antonio Sande
Terapeuta floral

Un trabajo terapéutico sobre los arquetipos (II) - por José Antonio Sande


Revista Tant'amare - Desarrollo personal y terapias naturales
Hera
Carlota llegó al curso de Terapia Floral más por desesperación que por curiosidad. Desde hacía algún tiempo su estado emocional se había ido alterando, pasando de la alegría cotidiana a una sensación de desinterés vital que le hacía vivir cada día con esfuerzo y desesperación. A sus 39 años parecía que lo tenía todo para ser feliz, una casa grande y bonita, dos hijas sanas y activas, un pequeño trabajo que le dejaba tiempo libre y le proporcionaba algo de dinero y satisfacción y un marido empresario, hombre de cierto éxito en su ramo. Sin embargo, Carlota no se sentía satisfecha, carecía de serenidad y cada nuevo día no era más que la repetición del anterior. A través del trabajo con la Terapia Floral fue aprendiendo a mirar hacia dentro, a atender a sus sensaciones, emociones, sentimientos y pensamientos y a descubrir qué aspectos dentro de ella permanecían desarmonizados y no le permitían vivir con serenidad. El curso de “Arquetipos femeninos y esencias florales de La canción de Eva” fue toda una revelación para ella, pues en cuanto se expuso el arquetipo Hera se dio cuenta de que tal y como estaba presentado, así era su vida. Se sentía insatisfecha consigo misma, con su vida y con su relación de pareja porque su marido, trabajador incansable, estaba más centrado en su empresa que en ella. Cuando llegaba a casa el hombre sólo quería relajarse, desconectar, y no la atendía a ella ni a las cosas que había hecho en la casa o en su trabajo, no se interesaba por ello y esto hacía que Carlota sintiese que no era importante, que no era apreciada ni valorada. Como en el caso del arquetipo, esperaba que su marido le diese valor a ella como persona, apreciando sus actividades o su trabajo y fundamentando su satisfacción interior en la apreciación de su marido y no en lo que ella sintiese por sí misma. Esta situación hacía que las expectativas cotidianas de Carlota respecto a lo que su marido debía hacer y demostrar se viesen frustradas cada día y su estado de ánimo, su confianza y su autoestima fueran disminuyendo poco a poco. Además, dado el círculo de relaciones sociales en el que se movían, Carlota permanentemente se mantenía al servicio de su marido para fiestas, viajes o cenas, acompañándolo y asumiendo el papel de esposa bonita, extrovertida y feliz que agrada a todo el mundo, aunque en muchas ocasiones, en su interior, no sintiese esto como real.

La toma de la esencia
Hera – esposa comprometida provocó un cambio en su actitud y en su ánimo. Pronto comprendió que la sensación de realización y satisfacción que ella buscaba no la iba a encontrar en su marido, ya que este estaba demasiado centrado en su trabajo, reuniones y comidas, y que, en el fondo, tampoco era su función. A raíz de esta toma de conciencia comenzó a asumir su responsabilidad para consigo, a desarrollar más su mundo profesional y personal, a priorizarse a sí misma en todos lo sentidos. Este cambio de conciencia le llevó a abrir su mente y su mirada, se dio cuenta de que su armonía y satisfacción dependía exclusivamente de ella y puso en marcha un proyecto personal y laboral que, “sorprendentemente” comenzó a tener éxito y a proporcionarle esa satisfacción interior que tanto deseaba. Integrado el arquetipo, la influencia de este como limitación en su vida cotidiana ha desaparecido y ahora se siente plena y realizada, con la capacidad de afrontar la vida y sus situaciones desde un lugar diferente, sin esperar que sea su marido el que tenga que venir a solucionar o a validar sus ideas, decisiones o acciones. Se ha vuelto una mujer independiente, fuerte y segura, algo que ella quería sentir a través de la figura del marido pero que ha tenido que aprender a crear desde ella misma.

Estos y muchos otros trabajos han podido ser resueltos gracias a la sabiduría de las esencias florales, verdaderas maestras para un terapeuta floral que sepa escucharlas y reconocerlas en toda su profundidad informativa y energética.

Sin duda os animo a formaros en profundidad en el uso de este sistema floral porque el beneficio que aporta al trabajo terapéutico es verdaderamente interesante.



José Antonio Sande
Terapeuta floral

Un trabajo terapéutico sobre los arquetipos (I) - por José Antonio Sande


Revista Tant'amare - Desarrollo personal y terapias naturales
A lo largo de los cuatro últimos años, tanto en los cursos sobre arquetipos femeninos y esencias florales como en la consulta, he tenido oportunidad de utilizar las esencias florales de La canción de Eva en numerosas ocasiones. Al poner en común la información de mi experiencia con la de otros y otras terapeutas la opinión unánime es la de la profunda capacidad de transformación que estas esencias aportan al proceso terapéutico. No sólo son efectivas sino que, utilizadas con el necesario conocimiento, son realmente potentes y rápidas, acortando notablemente los procesos de toma de conciencia, trascendencia e integración del campo de información arquetípica que pueda estar limitando a la persona.

Presento aquí la experiencia real de algunos casos, obviamente los nombres, edades y algunos otros datos han sido cambiados para mantener la privacidad de las personas. El resto de la información es real y puede servir para hacerse una idea de la efectividad de las esencias, siempre y cuando sean utilizadas con el conocimiento pleno del campo de información que conllevan.

Ambos casos forman parte del libro “Arquetipos femeninos y esencias La canción de Eva” escrito en coautoría con Laura Mayorga y editado por Continente.

Eva
Andrea, de 38 años, era una mujer triunfadora, con un alto puesto en la función pública, trabajadora, competente, con cierto grado de poder, una buena posición económica, pero algo en su vida no encajaba, ya que no se sentía serena ni satisfecha. Llegó a la consulta en un estado de desarmonía notable, con ansiedad, decepción vital, hipersensible y otros síntomas externos de una gran desarmonía interior. Comenzamos el proceso terapéutico atendiendo a aquellos aspectos de su vida presente, interna y externa, que podían estar contribuyendo a mantenerla en dicho estado. Durante un tiempo trabajamos con esencias florales del sistema Bach, hasta que en un momento dado apareció el tema de la sexualidad, cuestión que también era problemática para ella. Sus relaciones sexuales eran poco satisfactorias y tenía gran dificultad para disfrutar y llegar al orgasmo. Profundizando en esta faceta de su vida salió a la luz la “educación sexual” que había recibido en su infancia y juventud, especialmente de su madre, a base de comentarios y alusiones hacia la sexualidad como algo sucio, inadecuado, pecaminoso, etc. El hecho de escuchar durante años estos comentarios había dejado en su plano emocional un recuerdo que, aunque a nivel intelectual sabía que era carente de todo sentido, a nivel emocional no podía dejar de sentir esa suciedad, ese “pecado” que estaba cometiendo, por lo que cuando mantenía relaciones sexuales le venía a la mente la imagen y la voz de su madre recordándole sus opiniones sobre el disfrute y el sexo. Sin quererlo, y en algunos aspectos de manera inconsciente, no era capaz de disfrutar ni de vivir una sexualidad sana por aquella educación recibida, sintiéndose sucia, pecadora y culpable consigo misma, a lo que se añadía el enfado por no poder deshacerse de aquellas ideas.

Al mismo tiempo que trabajábamos otros aspectos de su vida con esencias de Bach, iniciamos la toma de la esencia Eva – mujer culpable. A partir del primer mes Andrea comenzó a disfrutar más de su sexualidad, a no recordar las palabras de su madre ni a tenerla presente durante sus relaciones sexuales. Poco a poco el campo de información negativo creado en torno a la sexualidad se fue diluyendo, ya no se sentía sucia ni pecadora y la culpabilidad que durante tantos años la había atormentado fue dejando paso a la satisfacción sin remordimiento. De esta manera consiguió sanar un aspecto importante de su vida que la mantenía en tensión y en desarmonía vital, trascendiendo aquella “educación” recibida, propia de otros tiempos de mayor ignorancia y represión.



José Antonio Sande
Terapeuta floral

La canción de Eva - por José Antonio Sande


Revista Tant'amare - Desarrollo personal y terapias naturales
Hace años, cuando tomé contacto con el mundo de la Terapia Floral, ésta era algo desconocido y misterioso. Veinte años después las cosas han cambiado mucho, ahora la Terapia Floral es más conocida, a muchas personas les suena eso de “flores de Bach”. En este marco de desarrollo creciente, de abundancia de información, de recursos y de esencias florales, hace unos años surgió, para mí, una nueva luz, un nuevo elemento de referencia que, sin saberlo en aquel momento, me llevaría a recorrer un nuevo “camino floral”. Estoy hablando de las esencias florales de “La canción de Eva”.

Este set de doce esencias florales, profundamente vinculado con el trabajo sobre el inconsciente colectivo femenino, es una pequeña joya entre las decenas de sistemas florales que se han ido desarrollando a lo largo de los últimos treinta años. Doce esencias, doce representaciones arquetípicas, doce trabajos del alma que este sistema permite realizar de una manera tan sencilla como efectiva.

No soy elaborador de esencias florales, solo soy maestro y terapeuta floral, con esto quiero decir que no alcanzo a comprender en profundidad cómo Eduardo H. Grecco ha conseguido conectar con toda la información que estas esencias simbolizan, lo que sí puedo afirmar con convicción es que los trabajos que permiten hacer a los profesionales y a las pacientes es realmente profundo y efectivo. Y para ello, como profesionales, es mi opinión que los terapeutas deberían formarse y profundizar en el uso de estas esencias, no solo por una cuestión técnica, sino también por la belleza de los contenidos simbólicos y por ser capaces de reconocer el poder de “La canción de Eva” en toda su extensión.

El uso de estas esencias puede realizare en varios niveles de profundidad y conciencia. Habrá quien con la referencia que el propio Eduardo Grecco hace en el librito explicativo que acompaña al set floral tenga suficiente, pero también habrá profesionales y amigos de la Terapia Floral que, como yo, quieran beber de la fuente original de donde nacen las esencias, al menos a nivel conceptual, y para ello hay que realizar un largo viaje en el tiempo de 4.000 años, hasta el año 2.000 antes de nuestra era, donde probablemente empezaron a gestarse las leyendas e historias que mil quinientos años después darían forma a la mitología griega. Esto es lo fascinante de “La canción de Eva”, que aparte de hacer su trabajo en la paciente, nos permite un viaje en el tiempo y en el inconsciente, tomando contacto y conciencia de aquello que dio forma a nuestro inconsciente colectivo. Historias de diosas y mujeres, de amores y traiciones, dramas humanos y divinos que aún hoy se repiten una y otra vez en lo cotidiano y en la ignorancia de sus significados profundos.

¿Cómo puede ser que hoy, cuatro mil años después del tiempo en que aquellas historias se contaban a la luz y el calor del fuego en los hogares, las mujeres sigan viviendo las mismas experiencias? ¿Es que no ha cambiado nada en nuestra psique? ¿No hemos evolucionado? Una cosa son las herramientas, la tecnología, los aspectos materiales de nuestra existencia, otra diferente nuestro ser interior, nuestra alma y los caminos que ha venido a transitar. Nosotros, con todo nuestro desarrollo exterior, no podemos escapar del “drama de la existencia” nada más que a través de los procesos internos, dirigidos a ampliar nuestra conciencia. Para ello, la humanidad ha ido recorriendo caminos de desarrollo interior a través de diferentes disciplinas. Una son antiquísimas, otras son novísimas, pero en el fondo, como decían los romanos “nihil novum sub sole”, “no hay nada nuevo bajo el sol”. Los decorados de la película cambian, pero el argumento siempre es el mismo, el drama humano, no como algo penoso y triste de vivir sino como una trama en la que el hilo de cada vida se enreda en el de muchas otras vidas y se hace necesario desenredarlo para poder vivir en armonía y libertad. Para resolver esa trama hay que conocer los entresijos del guión, la letra pequeña, las notas al margen, los apuntes finales, todos esos pequeños detalles que forman parte de la vida aunque no sepamos leerlos. Aquí se sitúa “La canción de Eva”.

En mi experiencia profesional y personal, que comenzó como paciente de Terapia Floral en 1993, uno de los grandes momentos profesionales ha sido el encuentro con “La canción de Eva”, no solo por las esencias florales en sí, sino por todas las profundas implicaciones que conllevan cuando uno se atreve a profundizar en su significado, lo mucho que se aprende sobre el mundo femenino y sus tramas internas.

Dada mi tendencia eminentemente práctica, no me gusta plantear problemas sino dar soluciones, así que cuando “La canción de Eva” entró en mi vida, no pude dejar de aprovechar la oportunidad para profundizar en busca de la fuente original que me acercase más a la comprensión. De esa curiosidad apasionada nace el libro “Arquetipos femeninos y esencias florales La canción de Eva” y el curso del mismo nombre que en los últimos años he impartido; curso y libro que, junto con el set de esencias de “La canción de Eva”, han representado un gran movimiento en mi labor como terapeuta, como formador, como escritor y como persona.

Espero que esta breve reflexión sobre mi encuentro con “La canción de Eva” inspire vuestra curiosidad y os anime a acercaros a estas esencias florales tan especiales como efectivas. Un gran abrazo a todos los miembros de la familia floral.


José Antonio Sande
Terapeuta floral

La mujer… un mundo de emociones - por José Antonio Sande


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Me llamo José Antonio Sande y hace muchos años, casi veinte, que mi vida está ligada a la Terapia Floral. Primero como paciente, luego como autodidacta, más tarde como estudiante y hace años ya como terapeuta, escritor y divulgador. En todos estos años he tratado y formado a muchas personas y ¿sabéis una cosa?... la Terapia Floral es un mundo de mujeres.

En los cursos, en las consultas, en los congresos, llevo años haciendo cuentas: más del setenta por ciento son mujeres. ¿Por qué?, porque la Terapia Floral trabaja de manera eficaz y prioritaria sobre el plano emocional de las personas, es una terapia “muy emocional”, y las mujeres son “un mundo de emociones”.

¿Qué son las emociones en realidad? Las vivimos, las disfrutamos o las sufrimos, nos impulsan a tomar decisiones o dejar de tomarlas, nos hacen acertar o equivocarnos, pero… ¿sabemos lo que son?, ¿sabemos por qué, para qué y cómo influyen en nuestra vida? Intentaré en este escrito explicar un poco el mundo emocional femenino y cómo éste le merma libertad a aquella mujer que no es capaz de gestionar sus emociones de manera sana y constructiva.

Un breve apunte sobre el origen de las emociones. Estas son el resultado de una combinación de creencias, ideas, instintos, aprendizajes, etc. todo ello mezclado con hormonas y aderezado con diferentes tipos de sustancias químicas producidas, sobre todo, en el cerebro.

Una vez mencionado el aspecto neuroquímico de las emociones (quizás en otro artículo se pueda profundizar sobre ello), vamos a pasar a aquello que realmente podemos ver en el día a día, en las vidas de las mujeres que intentan vivir la vida sacándole partido pero que, a menudo sin darse cuenta, se ven influidas de manera limitante por su propio mundo emocional.

En mi trabajo como terapeuta floral y emocional las emociones se conceptualizan como “estructuras emocionales”, la emoción en sí es un espectro y un proceso en el que se puede estar en la parte limitante o en la parte potenciada, y dentro del marco de la Terapia Floral consideramos 38 estructuras emocionales, que multiplicadas por su lado limitante y su lado potenciado, dan lugar a 76 aspectos emocionales a considerar, eso sin entrar en cuestiones de grados en cada emoción. Imaginaos la cantidad de información que sobre el mundo emocional de una mujer se puede tener valorando 76 aspectos que, además, no aparecen de manera única e individual, sino que se muestran como sistemas de relaciones de emociones. Por ejemplo, la culpabilidad suele estar asociada a la necesidad de ser aceptada, sometimiento a la opinión de los demás, exceso de autoexigencia, autoestima baja… y así podríamos estar hablando de muchas emociones conectadas unas con otras que crean una red enmarañada y, a menudo, inconsciente, que limita la vida de la mujer en diferentes aspectos de su día a día.

Da lo mismo que la mujer sea una alta ejecutiva que una limpiadora, una zapatera o una enfermera, del mundo emocional no se libra nadie, ni siquiera aquellas mujeres que creen haber inhibido su mundo emocional y que no son afectadas por él, en realidad no se dan cuenta de que, en el plano inconsciente, todo este mundo sigue activo e influyente.

Voy a poneros algunos ejemplos que servirán para ilustrar lo que os cuento. Todos ellos son casos reales de mujeres que he tratado en mi consulta de Terapia Floral en Almería o en Granada.

Imaginaos a una mujer de unos cuarenta años, con una presencia física muy cuidada, tanto en lo referente a su cuerpo como a la ropa y los complementos. Llega a consulta con un problema relacionado con sus dos hijos, de siete y nueve años, porque dice que no puede con ellos, que no le hacen caso, pero… ¿quién tiene el problema?, ¿los niños o la madre? Ya el lenguaje corporal, la presencia física y determinadas palabras y actitudes van dando información de la problemática que esta mujer vive. Apartamos por el momento el tema de los hijos y hablamos de ella. En estos momentos está separada de un hombre que no la trataba bien en el sentido de que la desvalorizaba y vivía sin compromiso respecto a la familia, con lo que ella se cargaba con todo el trabajo familiar y doméstico. Incluso después de la separación la relación no es buena porque él la presiona y trata de fastidiarla a través de los hijos y la parte económica, y ella no sabe ponerle límites.

Hablemos ahora de la relación con sus padres. En la actualidad la relación más significativa es con su madre, con la que habla cada día por teléfono dos veces, una por la mañana y otra por la noche. También habla cada noche con su hermana. Aunque esta mujer no trabaja la madre le prepara la comida cada día y ella se la lleva a su casa. Los hijos llegan a media tarde del colegio. Por las mañanas esta mujer no tiene una dedicación aparte de la casa y hacer deporte. En cuanto a las relaciones con los hombres ella misma manifiesta cierta tendencia a atraer a un tipo de hombre concreto: hombres con actitudes posesivas y con otros rasgos muy característicos que inicialmente se presentan como “príncipes azules” que la van a tratar bien, que la tendrán “como una reina” y todo este tipo de argumentos con los que ella fantasea. Pero ¿por qué se los cree? Porque ella es “la princesa que cree en los cuentos de hadas”, una mujer que sigue creyendo que el príncipe azul existe porque fue educada en que el hombre tiene que mantenerla y, en cierto modo, protegerla y salvarla de todos los peligros. Por eso su madre no le dejó estudiar y trató de mantenerla cerca de ella permanentemente, desvalorizando sus intenciones de estudiar e independizarse. Claro que la madre tampoco es que sea “culpable”, ella hizo lo que su plano emocional inconsciente le dictaba, sin darse cuenta del perjuicio que estaba causando..

En la actualidad esta mujer es emocionalmente dependiente de la madre, inmadura, incapaz de poner límites a los demás, fundamenta su autoestima en la imagen física, etc. etc. etc. Podría seguir contándoos en profundidad el caso o contaros otros de otra índole. Ahora bien, alguna de vosotras puede pensar “eso no me pasaría a mí”, “a mí no me somete nadie”. Sí, puede ser, pero… ¿no serás tu la que va sometiendo a los demás?, y si es así ¿quizás esa fuerza nace de una rebelión permanente?, entonces no estás viviendo en “acción” sino en “reacción” y eso no es vivir y decidir libremente sino que se trata de una continua reacción, sea contra los hombres, contra el sistema, contra el padre o contra lo que sea.

Cultural o socialmente las emociones son diferenciadas en buenas y malas, correctas e incorrectas, positivas y negativas. Pues no, las emociones no son buenas o malas, son….emociones. Todas ellas forman parte de la mujer (y del hombre) y están ahí para ser vividas, para aprender con y de ellas, para darle colores, matices e intensidad a la vida. Ahora bien, si tenemos una caja con treinta y ocho pinturas de colores y solo pintamos con la gama de los verdes, o todo lo coloreamos de rojo, entonces los demás colores quedarán sin utilizar. ¿Es acaso malo pintarlo todo de rojo?, ¿o de negro? El planteamiento sobre el plano emocional es: ¿por qué solo utilizo unas emociones y no otras?, ¿por qué tiendo a pintarlo todo de desconfianza, o de culpabilidad o de competitividad?

Desde el punto de vista aquí planteado podemos considerar las emociones como cualidades. Las cualidades en sí mismas no son buenas o malas, si no que depende del momento, la forma y el grado en que son vividas y/o manifestadas. Así, una “cualidad emocional” puede ser vivida en su justo grado de equilibrio o fuera de él. Si es vivida en equilibrio lleva a la mujer, en ese aspecto emocional de su vida, a una serenidad y armonía, a una salud emocional respecto a esa emoción. Pero si es vivida fuera del grado armónico entonces vivirá en exceso o carencia de esa cualidad emocional concreta. Al pasarse o no llegar en el espectro de la emoción, ese aspecto desequilibrado se pondrá de manifiesto tarde o temprano, y la mujer perderá la armonía en ese aspecto emocional, es decir, vivirá “sin equilibrio”, que es lo mismo que decir “sin firmeza” en esa emoción “Sin firmeza”, en latín, se traduce por “in firmus”, y ¿sabéis qué palabra deriva en español de la expresión “in firmus”, exactamente, “enfermo”. Como veis la palabra “enfermo” no significa etimológicamente otra cosa que “sin equilibrio”. ¡Qué casualidad!

Cualquier emoción que sea vivida fuera de su punto de equilibrio crea una desarmonía pero… ¿cual es ese punto?, ¿quién decide dónde se sitúa? La única persona que puede decidirlo es la misma que lo vive. La mujer, a través de la autoobservación, el autoconocimiento y el desarrollo de su conciencia sobre su mundo emocional y mental, ha de ser capaz de determinar en qué grado y forma ha de mantener cada emoción para mantenerse equilibrada. Esto es un aprendizaje, igual que se puede comer más sanamente o menos o que se sabe como combinar los colores, las prendas y los complementos para que la imagen sea más armoniosa y atractiva.

Algunas mujeres me comentan que estar atentas a su mundo emocional y mental de manera permanente es difícil y cansado, yo les respondo que seguramente dedican más tiempo a cuidar su imagen externa o a maquillarse que el que necesitarían para desarrollar la conciencia sobre su mundo emocional y aprender a mantenerlo lo más equilibrado posible. ¿Por qué somos capaces de ir al gimnasio dos o tres veces a la semana para cuidar nuestro cuerpo y no hacemos lo mismo con nuestras emociones?, hoy en día hay profesionales y centros dedicados a enseñar a trabajar con el mundo emocional, no es solamente una cuestión de ignorancia, a veces es por comodidad, otras veces es por no mirar de frente a la propia vida, es decir, por cobardía, otras por carencia de tiempo, que luego se pierde viendo la televisión o en otras actividades de las que se puede prescindir sin perjuicio. Es una cuestión de elección y de priorizar.

Como ya señalé, en la Terapia Floral se consideran 38 estructuras emocionales, 38 espectros de cada emoción que van desde el grado más limitante al grado más potenciado, y entre ambos grados se sitúa ese “punto justo” al que antes aludía. Se suele decir “en el punto medio está la virtud”, en el caso del plano emocional no comparto esta afirmación. La virtud en la emoción es diferente en cada mujer, ya que sus circunstancias externas, su necesidad en un momento concreto y el punto en el que se encuentra en su proceso evolutivo son diferentes al de las demás mujeres. Por ejemplo, una emoción mal vista como puede ser la ira cumple una función en cada persona, es una herramienta que tiene un fin en la vida de los seres humanos. Una mujer que es maestra de educación infantil hallará el punto justo de su ira en un grado diferente que una mujer soldado en una misión de guerra. Si la maestra de infantil mantiene su ira en un grado excesivamente elevado, aunque la reprima y no la exprese (que es peor), estará viviendo un desequilibrio interior que tarde o temprano le afectará. En el caso de la mujer soldado, si su ira no puede pasar de un grado mínimo de intensidad, sea por educación o por bloqueo, entonces en el momento en el que necesite esa emoción en grado muy elevado puede no ser capaz de encontrar ese punto justo según su circunstancia. No hay emociones buenas y malas, hay emociones que nos sirven para experimentar, matizar, comprender y vivir, lo que se trata es de aprender a gestionarlas y a sacarles el mayor partido posible y, repito, esto es una cuestión de autoconocimiento, entrenamiento y gestión.

En Terapia Floral las 38 estructuras emocionales se organizan en 7 grupos. De manera simplificada son los siguientes: Miedo, Incertidumbre, Falta de interés por el presente, Soledad, Vulnerabilidad, Abatimiento y Poder. Aun cuando todas las estructuras están presentes en cada mujer (y en cada hombre, aunque a veces no lo parezca), algunas de esas estructuras son vividas de manera equilibrada y armoniosa y otras, por el contrario, se presentan desarmonizadas. ¿De qué depende esto? Son varios los factores: educación familiar, educación en la escuela, medios de comunicación, experiencias vitales, autoaprendizajes… nadie está libre ni de emociones armónicas ni de emociones desarmónicas. Lo que sucede a menudo es que una mujer puede haber “normalizado” una emoción desarmonizada porque es lo único que ha conocido en su vida. Por ejemplo, una niña nace en una familia donde la tendencia de las mujeres es el sufrimiento, “mujeres sufridoras” que penan por los familiares, por los vecinos, por los padres… mujeres que, sin darse cuenta, han convertido el sufrimiento en un valor de su escala de valores y viven permanentemente preocupadas por todos, por lo que pasa y por lo que no pasa, por lo que puede pasar y por lo que nunca pasará. Si esta niña vive en ese entorno con una madre, una tía y una abuela sufridoras, los primeros años de su vida esta actitud, de la cual ella no es consciente, será un campo de información permanente del que puede aprender y normalizar la actitud, porque no ha conocido otra cosa. Lo incorpora a nivel mental y emocional como “lo normal” y sigue creciendo y avanzando por la vida con ese patrón emocional. Es muy posible (así se corrobora en las consultas y los cursos) que esta niña repita, inconscientemente, el patrón del sufrimiento y que lo viva como “lo que tiene que ser” o “lo que es lo correcto”, “porque si no sufro por los míos no soy una buena madre o una buena esposa o una buena mujer o una buena persona”. Incluso puede que, si una amiga suya no reproduce el mismo patrón, puede no entender cómo ella es capaz de no sufrir por sus hijos y de no estar permanentemente preocupada, porque “una madre que quiere a sus hijos sufre por ellos” o “una mujer que cuida de su familia sufre por ella, si no es así no es buena mujer”.

Hay muchos patrones emocionales que se reproducen de manera inconsciente y normalizada, unos son armonizadores y otros no, unos permiten avanzar por la vida con mayor libertad y otros limitan esa libertad. Voy a comentar, a través de otro caso real, algunos patrones desarmónicas de estructuras emocionales concretas que suelen afectar a muchas mujeres y que, aunque ellas piensan que la vida es así o que ésta es la manera adecuada de sentir, no se dan cuenta de que son barreras que no les permiten avanzar por la vida libres y sin miedo.

En principio ninguna mujer viene a consulta diciendo: "
mira José Antonio vengo a tu consulta porque vivo en un sentimiento de culpabilidad permanente (o cualquier otra emoción) que me limita y quiero que me ayudes a cambiarlo". Si fuese así de sencillo… Una mujer llega a consulta, generalmente, cuando está al límite de lo que puede soportar, y hay que dar gracias si llega antes de haber recurrido a las pastillas. Muchas mujeres soportan grandes sufrimientos emocionales porque creen o sienten que “tienen que ser capaces de soportarlo todo o de poder con todo”, y cuando se rompen es cuando no tienen otro remedio que acudir a un profesional. Como decía, llega a consulta y el comentario es más o menos así: “no sé lo que me pasa pero me encuentro muy mal, casi no puedo aguantar el día a día y me encuentro triste, sin ganas de hacer nada. Antes podía con todo y ahora no puedo hacer ni la mitad, y encima me siento fatal por ello”. Como podéis imaginar este estado no se debe únicamente a una emoción desequilibrada, lo habitual es que sean varias emociones las que no estén equilibradas. Preguntada la mujer sobre su mundo emocional puede no saber poner nombre a las emociones que está viviendo, o confundir unas con otras, por lo que su gestión no puede ser bien realizada, ¿cómo se va a gestionar aquello que no se conoce?, pero claro, como una mujer tiene que poder con todo…

Veamos un ejemplo muy común. A ver lo que nos cuenta la mujer que vino a consulta.

Mujer -
“Yo antes podía llevar la casa y el trabajo sin ningún problema. Mi marido es un poco dejado y las cosas de la casa las hago yo, porque él la verdad que es un desastre y me lo deja todo hecho un asco y luego tengo que ir yo detrás arreglando. Además, desde que nacieron los mellizos es que no tengo ni un momento libre. Ya tienen seis años pero como no puedo separarme de ellos…, pues claro, los tengo todo el día pegados y me da pena dejarlos con la canguro porque se quedan llorando. En el trabajo siempre me tengo que quedar más tiempo porque me cargo de tareas extra; muchas veces alguien me pide el favor de que acabe un informe y no soy capaz de decirle que no, y es que no hay manera de que acabe a mi hora y luego, encima, me llevo trabajo para casa. Cuando llego tengo que preparar la comida y la vecina me trae a los niños del colegio y cuando llega mi marido me ayuda, pero luego por la tarde, cuando no trabaja, se va a hacer deporte y yo me quedo con los peques y los llevo al parque, juego con ellos o visitamos a sus abuelos. Por la noche duchas... cenas…preparar las cosas para mañana, la ropa de mi marido…, la de los niños…, dejarlo todo recogido y trabajar un poco antes de irme a la cama. No tengo tiempo ni de ver un poco la televisión. Mi marido acuesta a los niños, ve un poco la tele o lee y se acuesta, yo todavía me quedo casi una hora más, hasta que me bailan las palabras del informe que estoy revisando y entonces ya me voy a la cama.”

Terapeuta -
“¿Y cuánto tiempo hace que vives con este nivel de actividad?”

Mujer -
“Pues… desde que nacieron los niños.”

Terapeuta -
“¿Y dices que no sabes por qué te sientes mal?”

Mujer -
“Pues la verdad es que no.”

Unas veces es verdad que no son capaces de verlo, otras lo que ocurre es que prefieren no verlo, porque si lo ven no podrían soportar lo que están viviendo.

Exceso de responsabilidades, incapacidad para poner límites a los demás, sentimiento de culpabilidad, inadecuada gestión de los tiempos de descanso, sometimiento al machismo (sutil o no, de ella misma o de él), cesión al chantaje emocional de los niños, sentimiento o creencia de que ella tiene que poder con todo, agotamiento, vida rutinaria… y a pesar de todo esto no es consciente de por qué se encuentra en esa situación anímica – emocional – energética – mental.

Este caso es solo una pequeña muestra de cómo una mujer que no se hace consciente de las creencias y modelos emocionales en los que vive, puede ir mermando la capacidad de disfrutar de la vida, encerrándose en una dinámica vital que, poco a poco, la llevará a perder el equilibrio. Y, aún haciéndose consciente de ello, es posible que no lo pueda evitar porque los patrones emocionales y de creencias que fundamentan su plano emocional están tan arraigados a base de repetirlos durante años que le resulte imposible librarse de ellos. Si lo intenta sin las herramientas adecuadas puede que el miedo al fracaso, el miedo a la soledad, el sentimiento de culpabilidad u otros patrones la hagan sentir tan mal que prefiera seguir sufriendo el resto de su vida que pasar por el dolor de romper esos patrones con los que ha vivido durante gran parte o toda su vida. A menudo, en la vida, hay que elegir entre el dolor y el sufrimiento y, desgraciadamente, a la mujer la han convencido de que la mejor opción es el sufrimiento. Os diré una cosa, el dolor enseña y libera, el sufrimiento mantiene en la ignorancia y esclaviza.

No se puede explicar en un corto artículo la cantidad de patrones emocionales, creencias y códigos que una mujer vive y de los que no es consciente. Incluso en consulta, a veces, se hace difícil que la mujer observe su vida de manera objetiva y contemple la cantidad de aspectos desequilibrados en los que puede estar viviendo. Aún así, cuando se hacen conscientes llegan los “peros”. “Pero es que no puedo hacer otra cosa”, “pero es que las cosas son así”, “pero es que mi marido no me ayudaría nunca”, “pero es que si no lo hago yo no lo hace nadie”, “pero…” Y así un pero para cada decisión, para cada cambio, para cada posibilidad de mejorar. Por eso, el trabajo interior de cada mujer para mejorar su vida ha de pasar por un compromiso personal de cambiar su mundo interior, su escala de valores emocionales, sus creencias respecto a las relaciones y la vida. Cuando el sistema está montado de manera que la mujer es la víctima, la sirvienta o la esclava, la mujer no puede esperar a que el sistema se dé cuenta de lo que está sucediendo (“si me quiere se dará cuenta”), es responsabilidad de ella cambiar en su fuero interno para que el sistema cambie. Y si por ignorancia, miedo, pereza, conveniencia, comodidad, pena, culpabilidad o cualquier otra emoción mal entendida, cada mujer se permite a sí misma seguir sufriendo, la responsabilidad de lo que sucede y del ejemplo que le esté dando a sus hijas e hijos es suya, no únicamente del sistema. El sistema cambia cuando la conciencia de aquellos que lo componen cambia. Basta con que una pequeña parte del sistema cambie para crear suficiente masa crítica que cambie al resto del sistema, sea porque evoluciona o porque se desbarata. El autoconocimiento y la toma de conciencia del gran poder emocional y mental que las mujeres poseen es una de las herramientas más poderosas para lograr ese cambio de conciencia, primero a nivel individual, luego en la sociedad. En palabras del gran maestro Gandhi: “Sé el cambio que quieras ver en el mundo”.


José Antonio Sande
Terapeuta floral

¿Quién fue el doctor Edward Bach? - por José Antonio Sande


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Edward Bach nació en Moseley, Birmingham, Inglaterra, el 24 de septiembre de 1886. Desde niño fue gran amante de la Naturaleza y gustaba de caminar y explorar en soledad, alejado de las actividades rutinarias y los estímulos cotidianos. Ya entonces mostraba ciertos rasgos personales característicos: sensibilidad, creatividad, intuición, capacidad de observación…

Tras terminar sus estudios en la escuela y antes de iniciar su formación universitaria trabaja, entre los años 1903 y 1906, en la fundición de su padre, donde entra en contacto con una realidad dura de trabajo, enfermedad, dolor y miseria que influye en su determinación de estudiar medicina como vía para aliviar el sufrimiento humano.

Entre los años 1906 y 1917 se forma y desarrolla una actividad médica convencional a la vez que destacada, pasando por diferentes puestos y responsabilidades. A pesar de ello alimentaba un sentimiento de insatisfacción por la limitada acción de la medicina, que se ceñía a los síntomas para la valoración y la curación de la enfermedad sin atender a las verdaderas causas que la provocaban.

En julio de 1917 sufre una importante hemorragia intestinal y es operado de cáncer. Los médicos le dan pocos meses de vida, sin embargo, consigue recuperarse y seguir adelante con su labor médica. Su experiencia cercana a la muerte provoca en él una transformación y le impulsa con más fuerza aún a la exploración de la verdadera naturaleza y sentido de la enfermedad.

En el año 1919 se produce una vacante de patólogo y bacteriólogo en el Hospital Homeopático de Londres y Bach accede al puesto. De este modo entra en contacto con el Organon, obra fundamental de Samuel Hahnemann (descubridor de la Homeopatía) y de gran repercusión en el pensamiento y obra de Bach y el desarrollo inicial de la Terapia Floral. En ese mismo año abre su propio laboratorio en Nottingham Place, Londres y unos años más tarde, en 1922, renuncia a su puesto en el Hospital Homeopático de Londres para atender su laboratorio y un consultorio que abre en Harley Street, también en Londres.

Entre los años 1922 y 1929 realiza una labor de investigación en la línea de los postulados de Samuel Hahnemann, desarrollando vacunas homeopáticas muy utilizadas en su época, algunas de las cuales siguen hoy en uso. Sin embargo aún no se siente satisfecho con su trabajo ya que late en su interior la idea de que la enfermedad tiene que tener un sentido, una función que justifique su existencia en la Naturaleza, y hacia ella decide orientar sus investigaciones en la búsqueda de remedios naturales y no agresivos, remedios más puros cuyo origen estaría en las plantas.

En septiembre de 1928 viaja a Gales donde, impulsado por la idea de que en la Naturaleza están presentes los remedios para sanar a las personas, se dedica a la búsqueda de remedios naturales que puedan sustituir las vacunas por él creadas y que a la vez respondan a su idea de que las tipologías de carácter de las personas se pueden relacionar con las signaturas de las plantas. Fruto de sus investigaciones, sus conocimientos y su exploración permanente de la naturaleza humana y su relación con el mundo vegetal, prepara vacunas orales con tres plantas: Impatiens, Mímulus y Clematis. Los resultados obtenidos en pacientes con estas tres vacunas son tan alentadores que Bach decide dejar Londres y dedicarse en cuerpo y alma a la exploración de la tipología de las personas y la búsqueda de los remedios naturales coincidentes con la reacción de cada una a la enfermedad.

En el mes de mayo de 1930 Bach cierra su laboratorio y su consultorio londinenses y con 43 años se dirige a Gales, cuna de sus antepasados, para iniciar una nueva etapa en su vida en la búsqueda del verdadero significado a su vocación de sanador y explorador de la vida, la enfermedad y la relación íntima que él veía entre ambas. Desde agosto de 1930 hasta la primavera de 1934 Bach se establece en la costa de Norfolk, en Cromer, investigando y tratando a pacientes. En abril del mismo año 1934 se traslada a Mount Vernon donde continúa con su labor.

Si bien es en 1928 cuando descubre los tres primeros remedios: Impatiens, Mímulus y Clematis, éstos los prepara por el método homeopático, y no es hasta el periodo de tiempo que va de 1930 a 1936 cuando descubre los otros remedios, desarrollando lo que hoy se conoce como las Flores de Bach.

Durante el tiempo que Bach permanece en Gales, además de elaborar los remedios florales, investiga, trata a pacientes, da conferencias y escribe varios textos en los que plasma la filosofía de su obra. Algunos de estos escritos son:

Cúrese a usted mismo. 1931.
Somos los culpables de nuestros sufrimientos. 1931.
Libérese usted mismo. 1932.
Los doce curadores y los siete ayudantes. 1934.
Los doce curadores y otros remedios. 1936.

Tras una vida dedicada a la búsqueda de respuestas al sufrimiento y la enfermedad Bach murió el 27 de noviembre de 1936, a los cincuenta años, con la convicción de que había concluido su misión y que la enfermedad no debía ser considerada como un mal a combatir sino como un lenguaje que la vida pone a disposición de las personas para llamar la atención sobre aquello que las desarmoniza y las desvía de su camino de aprendizaje en este “día de colegio” que para él significaba la vida.


José Antonio Sande
Terapeuta floral

¿Qué es la Terapia Floral? - por José Antonio Sande


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El Doctor Edward Bach, basándose en investigaciones, en su propia experiencia como médico y en unas dotes excepcionales de observación, llega a la conclusión de que las personas viven, se relacionan y se expresan desde unos patrones concretos. Estos patrones, relacionados con la personalidad de cada sujeto, dan lugar a diferentes formas de reaccionar ante la vida y ante la enfermedad, es decir, diferentes formas de expresión vital. Partiendo de esta premisa desarrolla la Terapia Floral como un sistema de sanación que contempla al ser humano desde una perspectiva holística.

Bach toma conciencia de que la naturaleza pone al servicio de la vida los elementos que ésta necesita para evolucionar. Al igual que el hombre es expresión viva del Amor también lo son las plantas, aunque en un modo más sencillo, y es en las plantas donde se manifiestan de manera más pura las emociones expresadas por la vida, concretamente una emoción en cada especie de flor.

Durante varios años de investigación Bach elaboró, casi podría decirse que sacó a la luz, los treinta y ocho remedios florales, vinculados a treinta y ocho estados emocionales arquetípicos. Estos remedios, presentes en la naturaleza como expresión viva del Amor, tienen la cualidad de
“elevar nuestras vibraciones y abrir nuestros canales... para inundar nuestra naturaleza con la virtud particular que necesitamos y borrar nuestros defectos que causan dolor”.

¿Para qué sirve la Terapia Floral?
Los treinta y ocho remedios florales son uno de los instrumentos de los que dispone la Terapia Floral para ayudar a la persona a entender el sentido de sus desequilibrios físicos, emocionales o espirituales, a profundizar en su naturaleza para hacerse consciente del defecto en que está incurriendo, de la actitud vital inadecuada que desarmoniza su equilibrio interior y exterior.

Este proceso es realizado de manera íntima, personal y profunda por la persona, pero resulta complicado hacerlo sin ayuda ya que nuestra personalidad se presenta ante nosotros en una dualidad máscara-sombra que nos hace muy difícil vernos como realmente somos. Es por ello que se necesita la ayuda de un guía con la adecuada formación y la capacidad para acompañar en el proceso de transformación que los remedios florales facilitan; en el caso de la Terapia Floral esta persona es el terapeuta floral.

Las esencias, elixires o remedios florales contienen el mensaje energético y de información de las plantas y dada la diferente naturaleza de cada una de ellas este mensaje actuará de manera diferente en la persona, aportando información armonizadora allá donde hay desarmonía y conflicto. El remedio floral no se dirige al conflicto sino que colabora en la sanación de la causa profunda, real y desconocida que provoca dicho síntoma.

La Terapia Floral consiste en desarrollar un proceso de comunicación con la persona de manera que ésta pueda hacerse consciente de aquello que permanece inconsciente y que es la causa primera de un trastorno mental, emocional e incluso físico.

En ocasiones las personas presentan signos físicos, mentales o emocionales que no tienen una explicación clara. Este tipo de problemática: estrés, tensiones, dolores sin razón aparente, complejos, traumas, anclajes en el pasado, vivencias traumáticas que condicionan la forma de vivir, situaciones de desorientación emocional, desequilibrios, alteraciones de los esquemas de pensamiento y un largo etc., hacen que las personas no se sientan a gusto con su yo profundo y con su vida y pueden llegar a desembocar en afecciones más graves.

Profundizar en las causas primeras de esas alteraciones, “hacer consciente lo inconsciente”, analizarlo y encontrar la forma de transformarlo es el objetivo de la Terapia Floral. A este trabajo se une la acción de los elixires florales, cuya misión es reequilibrar la energía emocional en las facetas que se encuentren desequilibradas utilizando para ello preparados de disoluciones de uno o varios elixires en función de las necesidades de la persona.

La Terapia Floral trata siempre de hacer que el sujeto profundice en lo íntimo su mente, de sus recuerdos, de sus emociones, en la búsqueda de la causa primera del problema que le aflige, la cual muchas veces está tan escondida y enterrada que cuesta mucho reconocerla como elemento distorsionador y por ello es necesaria la intervención de un terapeuta con los conocimientos y la sensibilidad adecuados para acompañar en ese camino de búsqueda y sanación.


José Antonio Sande
Terapeuta floral